
Man United atraviesa una de sus etapas más grises bajo la dirección de Rúben Amorim, un técnico cuya necedad para cambiar se ha convertido en el principal obstáculo.
El Manchester United atraviesa una de sus etapas más grises bajo la dirección de Rúben Amorim, un técnico cuya necedad para cambiar de idea se ha convertido en el principal obstáculo del equipo.
El partido de hoy frente al Brentford es el reflejo más claro de esa realidad: un United sin plan, sin respuestas y con un fútbol que, literalmente, no propone nada. Cada minuto en la cancha fue una exhibición de carencias tácticas, con un equipo desordenado, dependiente de chispazos individuales y carente de convicción.
La mediocridad del entrenador no solo se refleja en la pizarra, también en su lenguaje corporal. Amorim suele ser captado llevándose las manos a la cara y a la cabeza, como si fuera un espectador resignado más que el líder que debe inspirar a un club con historia y exigencia como el United. Esa actitud, lejos de transmitir confianza, hunde anímicamente a un plantel que necesita dirección.
El entrenador es, por definición, la fuente de inspiración de un equipo. Sin embargo, en Old Trafford hoy se respira lo contrario: un técnico paralizado, sin ideas, cuya insistencia en fórmulas estériles arrastra al equipo a la mediocridad.
Lo más preocupante es que, si el presente continúa en esta dirección, la temporada podría convertirse en una pelea para evitar el descenso más que en una lucha por puestos europeos. La caída en juego, resultados y confianza es tan marcada que ya no se trata solo de competitividad, sino de supervivencia.
Mientras rivales directos evolucionan con propuestas frescas y ofensivas, el United permanece estancado en la apatía y la frustración, víctima de la terquedad de un entrenador que parece más preocupado en justificar su libreto que en reconocer sus errores.
La pregunta ya no es si Amorim puede cambiar al United, sino si el United puede sobrevivir al inmovilismo de Amorim.